La semana pasada asistí a una conferencia en relación con este tema. Me llamó mucho la atención la diversidad de tipos de violencia que se han categorizado al día de hoy: desde la violencia física, hasta la económica o la patrimonial, entre otras. Sin embargo, estas conceptualizaciones, aunadas a los ejemplos de los asistentes, me llevaron a pensar que pareciera entonces que todo es violencia.
Creo que la violencia en las relaciones es un tema delicado. Hay muchas personas inmersas en este tipo de vínculos que no se dan cuenta de ello, pero tampoco podemos magnificar el concepto al punto de que la comunicación con la pareja se vuelva pasiva. Si algo me molesta en mi relación, debo decirlo de manera asertiva, no violenta.
Para ejemplificar lo anterior, refiero un comentario de una asistente a la conferencia. Ella mencionaba, en relación con la violencia digital, su malestar porque su novio siempre le daba “like” a las fotos de una amiga. No quería expresarlo por temor a parecer acosadora o controladora. Así que, para evitar estereotipos, la gente prefiere callar; de otra forma, será tildada de “tóxica”.
Pero no todo resulta tan simple. Hay quienes viven el polo opuesto: personas que realmente están en una relación violenta, pero se aferran a negarlo o a justificarlo. Y como espectadores parece sencillo identificarlo; sin embargo, para quienes han hecho de ello su modo de vida durante años, o incluso durante toda su vida, siguiendo patrones paternos, identificar la violencia es una tarea casi imposible.
No es suficiente, para tratar de ayudar, decir letra por letra: “Déjalo, amiga, date cuenta”. Muchas veces las víctimas no se percatan, y otras tantas sí lo saben, pero no tienen más opciones: no cuentan con redes de apoyo, vienen de familias desintegradas e igualmente violentas, y la única alternativa es resistir.
La resistencia es la opción más inadecuada, pero salir de un ciclo de violencia es un proceso que lleva tiempo y que es diferente para cada persona, debido a su contexto (seguridad, redes de apoyo, hijos, dependencia económica, etc.). Desde la evidencia psicológica, el primer paso, como en muchas problemáticas conductuales, es reconocer el problema: reconocer que se está viviendo en una relación violenta. Romper con la idea de que “así son las relaciones”.
Una relación debe basarse en el gozo, no en el sufrimiento. Una vez identificado el problema, es importante hablar con alguien de confianza: esto rompe el silencio y abre la puerta a recibir apoyo. Al abrir esa puerta, es esencial tomar acción y mantenerla. Conciencia, decisión, acción y mantenimiento: fases que suenan sencillas en papel, pero que, para quienes no conocen otra realidad, representan un paso transformador, más difícil aún que seguir resistiendo.
Escuchar tus emociones es el preámbulo de hacer conciencia. Si la mayor parte del tiempo, estando con tu pareja, sientes miedo, ansiedad, tristeza y no puedes expresarte libremente por temor a enojarlo, eso es una señal de alerta.