Suena sencillo, pero no lo es tanto. Reconocer emociones es un proceso de aprendizaje que requiere entrenamiento. Reconocer emociones es el primer paso; después hay que averiguar el origen. Según Robert Plutchik, existen ocho emociones básicas: la alegría, la confianza, el miedo, la sorpresa, la tristeza, la aversión, la ira y la anticipación. Pero entonces, ¿de dónde viene el resentimiento, el amor, la decepción, etc.? Según Robert, la combinación de emociones primarias da como resultado otra gama de emociones: la alegría y la anticipación dan, por ejemplo, como resultado el optimismo.
No necesitamos aprendernos de memoria las emociones primarias o secundarias ni fórmulas específicas. Necesitamos reconocer nuestras emociones sin sentirnos culpables o juzgados por ello. “Siento resentimiento hacia mi madre”. Eso no me hace peor persona; esa emoción no está desligada del amor, pero necesito reconocerla para poder trabajarla. ¿De dónde viene ese resentimiento? ¿Viene de la ira o de la tristeza? Son orígenes distintos. “Porque mi madre, cuando niño, me golpeaba a manera de castigo, nunca me dijo palabras amables, nunca tuvo tiempo para escucharme, nunca me dijo que me quería”. Ya entonces no parece tan sencillo reconocer las emociones.
—¿Qué sientes por tu padre?
—Amor.
La respuesta más sencilla y práctica. “Es mi padre, claro que lo amo, él me dio techo, ropa y educación”. Es la respuesta políticamente correcta. No reconozco mi emoción, entonces no puedo trabajar con ella. No reconozco que le tengo resentimiento porque… ¿qué clase de persona sería si sintiera rencor hacia mi padre?
Reconocer las emociones no es tan sencillo como parece. Las emociones nos mueven tanto como los pensamientos. Algunas veces los pacientes reportan estar enojados, cuando en realidad hay dolor por abandono, miedo al rechazo, vergüenza por no ser suficiente. El enojo es una emoción muy humana, y si su intensidad y frecuencia no afectan la vida diaria, no hay que prestarle demasiada atención. Pero el dolor por abandono no es un simple enojo: es una condición emocional que trae consigo un sobrepeso en la vida adulta, que me impide relacionarme de manera saludable. Incluso en relaciones estables aparece el temor de que el otro se vaya, provoca baja tolerancia a la soledad y un vacío que aparece sin razón clara. Pero ¿cómo saberlo si creo que lo que tengo es enojo o tristeza? Si no reconozco mis emociones ni identifico su origen, entonces estamos lejos de poder dominarla, de poder trabajar con ella, de poder trasladarla a pensamientos funcionales.
No hay emociones buenas o malas. No trates de evitar tus emociones: reconócelas, ponles nombre. Pueden ser agradables o desagradables, pero todas cumplen una función adaptativa y son necesarias. Si su intensidad y frecuencia están evitando que tengamos una vida plena, en paz y funcional, entonces lo primero que debemos hacer es reconocerlas sin eufemismos, sin prejuicios y sin evitaciones.


